sábado, 28 de agosto de 2010

La palabra de Juan Abel.


Eran las siete de la tarde y como de costumbre, todos los amigos se habían reunido en la casa de abajo. Juan Abel era el anfitrión. Era un muchacho que vivía en Madrid. Cómo sus abuelos eran del pueblo, cada vez que llegaba verano o vacaciones, sus padres le mandaban con ellos. A él por su parte no le importaba, pues había conocido a un grupo de muchachos los cuales compartían muchas de sus aficiones e inquietudes. Le encantaba quedar con sus amigos prieguenses. Hasta tal punto, que cuando cumplió los dieciséis, decidió quedarse en Priego con sus abuelos definitivamente, pues no quiso estudiar más. Así que cuando Juan Abel soltaba de trabajar a eso de las seis y media, para las siete, ya nos encontrábamos en lo que denominábamos “casa bajo”.
La casa de abajo era una casa pequeña, colindante a la gran casa que poseían sus abuelos. Tenía dos habitaciones en la planta de abajo, un pequeño cuarto de baño y dos habitaciones más en la planta de arriba. Allí solamente había una regla: No entrar en la habitación de al lado de donde se reunían todos. Pues su abuelo lo utilizaba a modo de despacho. Al estar vacía, sus abuelos se la dejaban para que pudiera estar con los colegas.
-         Toc, toc, toc.- sonó la puerta.
-         Ya voy yo.- grito Juan Abel, dándole un fuerte trago a la litrona y pasándola a su amigo Miguel.
-         Señor Juan Abel Luque.- le dijo el hombre que estaba detrás de la puerta.
-         Sí, soy yo. ¿Qué es lo que quiere?
-         Le traigo un paquete. Por favor, firme aquí.- le dijo el hombre.
-         Para mí, bueno, haber que es.-le dijo, mientras que acababa de estampar su firma.
-         Aquí lo tiene. Buenas tardes.- fue lo último que le dijo el repartidor, antes de  salir corriendo.
Después de volverse hacía su viejo sillón con el paquete en la mano. Comenzó a despedazar el embalaje. Los ojos se le salían de las orbitas cuando vio el interior del paquete. Era una guitarra eléctrica de un color negro tan intenso, que parecía que absorbía la luz de la habitación. Las cuerdas de color plata y una estampación en el frontal que recordaba a la guitarra de Luis Smith, el mejor guitarrista  y compositor del mundo. Era el líder de un grupo heavy que se hacían llamar “Los hijos del caído”. Murieron todos en un extraño accidente de autobús. Eran y son legendarios.
Una pequeña nota se cayó a los pies de Chico, que era otro de sus amigos. La cogió y se la leyó en alto:
-         Querido  Juan Abel:
Cuando recibas este paquete, seguramente ya allá pasado tú cumpleaños. Encontré esta guitarra en Estambul, en una tienda de antigüedades. El dependiente me aseguro que pertenecía al líder de los hijos del caído. Era uno de tus grupos favorito cuando eras más chico, ¿no? Sé que siempre has querido triunfar en la música y espero que esta guitarra te ayude, como ayudó a su anterior dueño a que llegues a lo más alto. Deseando volver a verte. Un fuerte beso de tu tío Johnny.
-         ¡Joder, la misma guitarra que toco Luis Smith!- grito Juan Abel, loco de contento.
-         Toca algo, Juan Abel.- le dijo Mengibar, que era otro amigo.
Juan Abel, sin pensárselo dos veces, desconecto su vieja guitarra del amplificador y conecto su nueva adquisición. Más de tres horas duro el improvisado concierto. Chico, Mengibar y Miguel escuchaban absortos como Juan Abel acariciaba las cuerdas, dejando salir las melodías más hermosas que habían escuchado nunca. Era como si cada nota, y cada acorde, se fundiera a la perfección con la anterior dando paso a la melodía más bella del mundo.
Así que durante todo un mes, Juan Abel y los demás, se encerraban a practicar con la nueva guitarra. Estaban decididos a formar el mejor grupo de rock del mundo. Hasta que un buen día, todo cambió.
Loli, que era la novia de Juan Abel, le dejo por otro de la noche a la mañana. Después de estar dos años de relación, coge y lo abandona. Eso le destrozo. Esa misma noche todos sus amigos fueron a estar con él, pues cuando la novia de un colega deja a este, sólo puede significar una cosa. Esa noche hay que hacer una cura a base de alcohol.
Miguel, Chico, kisos, Pepe, Toni, Mengibar, todos sus mejores amigos se reunieron esa noche con él, cargados eso sí, de tres litros por barba más un par de canutos. La noche fue muy intensa. Juan Abel se encontraba sentado en su viejo sillón, con los pies cruzados, la guitarra en su regazo, acariciando las cuerdas con la derecha, mientras que bebía con la izquierda. Los demás se encontraban formando un circulo a su alrededor, mientras despotricaban de lo zorra que era Loli, y de lo mal que lo había tratado.
-         ¡Era un putón!- grito Miguel, el cual llevaba una castaña encima tan grande, que casi no se le entendía.
-         ¡Y una interesada!- grito otro.
-         La verdad Juan, es que no nos caía bien a ninguno. Sólo la aguantábamos por ti.- le dijo Mengibar.
Miguel se levanto para ir al servicio. En un intento de mantenerse derecho, tropezó y se abalanzó sobre la pared que había detrás de Juan Abel. Como era su costumbre de no soltar la litrona ni para ir a mear, la botella se le hizo pedazos contra la pared. Los cortes fueron importantes y un chorro de sangre, fue a parar sobre Juan Abel y su guitarra.
-         Me cago en la hostia, ¿mira como me has puesto?- le dijo Juan Abel a Miguel, hecho un basilisco.
-         Perdona tío, ha sido sin querer.- le contestó Miguel, mientras le vendábamos la mano con un trapo.
-         A esto habrá que darle puntos. ¿Porqué no vamos al centro médico con Miguel y luego nos vamos a la tasca y continuamos con esto?- dijo Chico.
-         Ir vosotros, yo me quedaré aquí un rato y luego me acostaré. No tengo más ganas de fiesta.- dijo Juan Abel, mientras que se dirigía al cuarto de baño para quitarse la sangre de la cara.
-         Bueno, pues nos vemos. No seas muy malo.- le dijo Kisos, mientras salían todos por la puerta.
Como es sabido por todos, después de una borrachera, hay que dejar a la victima que este un poco sólo, y por eso todos sus amigos se marcharon.
Cuando volvió de limpiarse la sangre, cogió un trapo y limpia cristales, y se dirigió hacia su guitarra para limpiarla. Cuál fue su sorpresa al verla, pues no tenía ni la más mínima gota de sangre.
-         Supongo que no le habrá llegado.- pensó.
Así que se volvió a sentar en su sillón, cogió su guitarra y se puso a tocarla. Algo raro pasaba, pues la música que emanaba de esa guitarra, parecía estar cogiendo forma. Podía ver la música. Como llevaba mucho alcohol en sangre, no le prestó mucha atención, y con lágrimas en los ojos, comenzó a improvisar una canción que decía así:
-         Me cambiaste por otro, sin darme la menor explicación. Tú que me querías y yo que te amaba. Mi vida no será igual sin ti, pero espero que con el que estas ahora, te arranque el corazón del pecho, como tú me lo has hecho a mí.
Y antes de acabar el último trago que le quedaba a la cerveza, Juan Abel cayó en los brazos de Morfeo.
A la mañana siguiente, y con una buena resaca, Juan Abel se levantó todo dolorido y se fue a comprar churros a un bar cercano. El sol en sus ojos era como alfileres en su cerebro.
-         Buenos días, ponme tres ruedas y un café con leche.- le dijo al camarero, sin quitarse las gafas de sol.
-         Buenos días también para usted, ahora mismo se lo pongo. ¿Se ha enterado de lo que ha pasado anoche?- le pregunto él camarero, mientras le ponía un humeante y cargado café.
-         No tengo ni idea. Ayer estuve toda la noche en mi casa. Además no me interesan los cotilleos.- le contestó, mientras que le daba un buen bocado a uno de los churros.
-         Pues que un tío, a matado a su novia arrancándole el corazón del pecho con sus manos. Encima el tío dice que no sabe cómo había podido hacer eso. Ahora mismo lo tienen detenido a espera de que el juez decida qué hacer con él. ¿No te parece impresionante una cosa así?, y más que ocurra en nuestro pueblo.
Un sudor frio recorrió todo el cuerpo de Juan Abel. A su mente volvió el recuerdo de aquella estrofa que cantó.
-         No puede ser. Todo será una coincidencia.- pensaba para sí mismo.
-         ¿Sabes cuál es el nombre de la muchacha asesinada?- le pregunto al camarero.
-         Se llamaba Loli no se qué. Vivía por la calle Cana.
-         Camarero, por favor. ¿Me puede poner un café?- le dijo un cliente que acababa de entrar.
-         Voy como el rayo.- dicho esto se alejo de Juan Abel.
Aquel sudor frio, dio paso a un nudo en la garganta. El color de su cara cambió, de un saludable color rosado, a un no recomendable blanco ceniza. La idea de que sus palabras hubieran producido aquel hecho, le quitaron el hambre. Dejó caer una moneda de quinientas pesetas y salió disparado por la puerta. Continuará…..

viernes, 27 de agosto de 2010

Inmortalidad


El sueño de inmortalidad anhelado por tantos y conseguido por nadie, hasta ahora.
Nos encontrábamos en clase cuando hubo una pequeña sacudida sísmica. Alarmados y conmocionados por aquel temblor, nos dirigimos hacia el exterior y comprobemos que todas las clases se encontraban también fuera. Nadie estaba herido y los daños materiales no fueron muy cuantiosos: algunas estanterías, varios focos y algunas pizarras se habían precipitado al suelo. Lo más curioso fue una grieta, algo grande, se había abierto detrás de nuestra clase. Como siempre, yo que no le temo a nada, me adentre en aquella oscura hendidura dispuesto a ver que había en su interior, ya que se vislumbraba en la entrada lo que parecía ser unos peldaños.Con cada escalón que bajaba se me aceleraba el corazón, la respiración se hacía cada vez más intensa y las piernas me temblaban por la emoción. Supongo que debí sentir lo mismo que  Howard Carter al descubrir la tumba de  Tutankamón. Se acabaron los escalones y me encontré en una estancia bastante lúgubre. Las paredes estaban decoradas con lo que parecían lienzos de piel humana con dibujos de extraños seres y lugares. El piso acumulaba bastante polvo y varios artilugios como de alquimia se encontraban desperdigo nados por doquier. Lo más sorprendente fue encontrar un esqueleto cubierto por una túnica y sujetando un libro. Me dirigí hacia él, le despegue su huesuda mano de aquel tomo y me dispuse a echarle un vistazo antes de que alguien más bajara. Mi sorpresa fue descomunal al comprobar que aquella reliquia hablaba sobre un rito ancestral para conseguir la vida eterna. Algunos de los profesores bajaron dando gritos de alegría y júbilo por haber descubierto semejante hallazgo. Yo me oculte el libro bajo la camisa, subí la escalera y deje atrás al claustro entero elucubrando sobre lo famosos que se iban a ser y lo que harían con todos esos tesoros históricos.

Pasaron tres días desde aquello y el instituto se encontraba invadido por gente de todas las ramas: arqueólogos, historiadores, biólogos, sismólogos… Cualquiera que tuviera algo que aportar a ese descubrimiento. Nuestro profesor de historia nos dijo que antiguamente ese lugar era una fortaleza, habitada por un nigromante llamado Since. Según algunos historiadores este personaje era un estudioso de lo oculto y lo paranormal. Sobre todo de los muertos y no escatimaba en la obtención de cadáveres matando y torturando a su pueblo, hasta que en 1666 un terremoto sacudió esta región, hundiendo su morada en el infierno. O eso contaba la historia. Me daba igual que hubiera sido un desalmado o no, lo único que mi mente podía dilucidar era que si estos conjuros funcionaran podría ser inmortal. Esa misma noche,  antes de acabar la última clase,  me escabullí de los vigilantes de la entrada y adentre en la habitación. Según el libro ese era el lugar idóneo para realizar el ritual. Poderes oscuros y demoniacos emanaban de las paredes de aquel habitáculo. Llegando a medianoche y comprobando que todos se habían marchado, a exención de los guardias de la puerta, me dispuse a efectuar aquel hechizo. Que error fue aquello. Que soberbia hubo en mis actos. Pensar que yo, un aprendiz de las artes oscuras iba a conseguir lo que Since no pudo. Algo sí que salió bien, pues he conseguido ser inmortal. Atrapado en forma de estatua, consiente en todo momento, vivo, sin posibilidad de escapar  y adornando la sala del museo arqueológico de Priego por toda la eternidad.   

Fuera del tiempo


No paraba de darle vueltas a un asunto muy importante, mañana era el último examen y había estudiado más bien poco. Mientras el profesor nos daba la última clase del día, no paraba de pensar en todo el tiempo que he pasado en el instituto. El profesor no paraba de explicar lo importante del examen de mañana. Su voz era cada vez más lenta y sus gestos cada vez más pausados. Al volverme hacía atrás comprobé que ese mismo efecto les ocurría a mis compañeros. La cachaza con la que se movían era desesperante, era como ver una película a cámara lenta. Llego un momento en que todo el mundo se encontraba paralizado menos yo. Me di cuenta en que el reloj de la pared no emitía movimiento alguno. Asustado por aquel echo me levante y salí fuera del aula. Todo estaba quieto: los coches, las personas, algunos perros y hasta el mismo aire dejo de correr. No me lo podía creer, el mismo tiempo se había parado. Menuda suerte la mía. Podría hacer lo que quiera, ir a donde quiera y coger lo que me venga en gana. Y eso hice.
Dos semanas después de realizar mis fantasías más salvajes me dirigí otra vez hacía el instituto. Comprobé que mis compañeros seguían en la misma postura en la que los deje. Ni una sola gota de polvo sé les había acumulado encima entonces  me dispuse a coger un coche y a recorrer el mundo a ver si alguien más se encontraba despierto.
Cinco años después volví a donde ocurrió todo. No encontré a nadie en mi periplo. Las estatuas de mis compañeros se encontraban igual, limpias  y jóvenes. Yo sin embargo era cinco años más viejo. Cansado por el viaje decidí pasar la noche allí.
Treinta años después mi mente no era la de antes. Hablaba con mis compañeros con la esperanza de poder ver el más mínimo ápice de cambio. Nada. Veinticinco años de noche eterna y silencio sepulcral. Ya había visto todas las películas editadas hasta la fecha, leído todos los libros que me interesaban, aprendido todo lo que necesitaba saber. Algunas veces llegue a pensar que esto era un castigo, una especie de infierno particular que me aparto del mundo y  de su historia. Una conversación, una respuesta, una caricia, un amanecer, un soplo de aire fresco, volver a sentir la lluvia, poder besar a alguien y ser correspondido. Solo pedía eso, algún cambio, el poder pelearme o discutir con alguien. Nada. Siempre pensé en lo genial que sería poder detener el tiempo. No podía estar más equivocado, eso era peor que el castigo más horrible que se pueda imaginar.
Cuarenta años después de aquello seguía viviendo en mi clase y decorada a mí gusto. Sintiendo que el final de mi vida se hacer cava, pensé en los años de instituto y lo bien que me lo pasaba aprendiendo día a día. Una voz me saco de mis pensamientos. Abrí los ojos y vi a todos como si tal cosa. Solo había cambiado algo. Yo tenía ochenta y cinco años de edad.
 

El Imnombrable.


La tarde en el instituto era muy tranquila, demasiado para mi gusto. De pronto llamaron a la puerta. El profesor dio paso. Una figura famélica entro. Era un hombre bastante alto, con el pelo largo y de color plateado, llevaba un sombrero negro a juego con su traje. De repente un aire helado inundó toda la habitación y un malestar general se apodero de todos nosotros. Aquel extraño caballero cruzo el aula muy despacio, observando de izquierda a derechas a todo el mundo, con unos ojos negros como jamás vi oscuridad alguna. Paso a paso fue llegando hasta donde el profesor se encontraba, se acercó a él, le puso la mano en el hombro y le susurró algunas palabras al oído. Acto seguido, el profesor se dirigió hacia la puerta saliendo por ella hacía el exterior. Todos nos quedemos perplejos ante aquella situación, pues no podíamos saber las intenciones de aquel peculiar personaje. Se sentó en el filo de la mesa y sus ojos se clavaron en todos nosotros. Observando, deleitándose con lo que veía, relamiéndose sus finos y morados labios. Nadie podía moverse del asiento, era como si nuestra mente hubiera perdido el control de nuestro cuerpo. Impasible, uno a uno nos fue estudiando, como el halcón  que observa a su presa antes de cazarla. Levanto su mano y estirazando su huesudo dedo, me señalo. Su rostro blanco y demacrado esbozó una sonrisa, que no hizo más que acentuar el temor, que aquel extraño hombre me producía. Mi cuerpo se enderezó, mi voluntad luchaba atroz mente por intentar no seguir hacía delante. Eso solo le hizo sonreír más. Con un gesto de su otra mano, hizo que cuatro compañeros más se pusieran de pie, se giraran hacía mí y extendiendo sus brazos, me agarraron con tal fuerza que no tuve más remedio que ceder a la voluntad de ese ser. Poco a poco fui llevado hasta su presencia. Parecía un reo a punto de ser llevado al paredón, sabiendo de ante mano un fatal desenlace. Me arrodillaron delante de él Aquel ser se acacho hacia mí. Mi mente solo podía pensar que horribles monstruosidades me haría. Se aproximo a mi oído y con la voz más triste y compungida que jamás pude oír en toda mi corta existencia, me dijo:
-         Tú eres aquel que durante lustros llevo buscando. Tu alma afín con la mía, te buscaba a traves del tiempo y del espacio. Deja que mi mente y la tuya sean una.
De pronto un fulgor y una energía casi divina emergió del interior de mi cuerpo. Mi mente abrumada por las imágenes de cientos de batallas, de guerreros de leyenda postrados en sus lechos de muerte, de millones de seres muriendo a mí paso. Mi cuerpo estaba cambiando en aquel proceso. Mi piel se torno blanca como el frio mármol, mis ojos se oscurecieron como el abismo más negro de los infiernos, mi pelo creció volviéndose del color de la ceniza. Ya no era yo, todo mi ser rezumaba poder y conocimiento. Y aquel extraño personaje me digo estas últimas palabras antes de desaparecer:
-         Tú eres la noche, la oscuridad, el descanso y la paz, la justicia y la venganza. Tú eres el SEGADOR. Álzate hilador de destinos y cumple con nuestra ancestral tarea. Reclama las almas mortales,  y vaga por el mundo con paso firme y tenaz. Eres una de las parcas y como tal tienes una misión que cumplir. Ya nos veremos.      

Una tarde de lluvia.


No paraba de llover y en las improvisadas aulas de metal del instituto la lluvia sonaba como un redoble de tambor. Después de un rato de ruido ensordecedor  empecé a dibujar. No tengo ni idea, pero el simple hecho de trazar líneas en el papel es de lo más relajante. Al principio cada trazo de tinta no significaba nada, podría compararse a los garabatos de un niño. Pero algo raro comenzó a fraguarse en el folio. Las líneas se movían elípticamente sobre un punto en el centro del papel. A cada segundo, esas líneas fueron dando paso a formas más complejas y a su vez acabando en una cara dibujada. No me lo podía creer. Sin comerlo ni beberlo aquellos zafios dibujos llegaron a convertirse en una forma compleja, cada trazo iba dando vida a una especie de imagen. Continué dibujando líneas sin sentido y cada una de esas líneas enfatizaba más las facciones de la extraña cara. Pensé para mí, ¿cómo pueden unas gotas de tinta sobre un papel moverse por sí solas? No le encontré lógica posible. Intente realizar el más difícil todavía, escribir preguntas. Los ojos se me abrieron como platos. A cada pregunta que realizaba obtenía una respuesta. Me hacía gracia. Durante varias horas estuve charlando con aquel personaje. Se llamaba Trix, era la energía residual  de un alma atrapada entre dos mundos. O por lo menos eso me dijo. También me contó cosas de cuando estaba vivo, de cómo había muerto y de porque se encontraba condenado a vagar por esa grieta entre los dos mundos. Me dijo que si le ayudaba a salir de ahí me haría muy famoso y de que sería recordado por generaciones futuras. Me pareció bien. Pero cuando estaba a punto de contármelo, el profesor me quito el papel, alegando que estaba interrumpiendo la clase. Le pedí por favor que me lo devolviese y haciendo caso omiso a mi súplica, rajo el papel en mil pedazos, arrojándolo después en la papelera. La cólera e ira que se gesto dentro de mí, a causa del asesinato de mi amigo, pudo con mi razón, que me pedía a voces que no fuera a hacer lo que estaba pensando. Ni caso, tire para adelante. Con un gesto sutil, arranque de la pared uno de los colgadores para las chaquetas. Acto seguido me dirigí al profesor, que estaba de espaldas, y al llegar a su altura, le di unos toquecillos en el hombro. Al girarse, con toda la fuerza que pude generar, le atravesé el cerebro con el perchero a traves de las fosas nasales, dejándolo incrustado sobre la pizarra. Al presenciar tal gesto de ira, mis compañeros y compañeras, comenzaron a gritar como unos descocidos. Después de las dos horas de replique de tambor gracias a la lluvia golpeando contra la chapa, los gritos de mis amigos me resultaron de lo más molesto e inoportuno. Escucharlos era como oír a cientos de gatos arañando una pizarra. Con lo cual tuve que tomar medidas drásticas. Lo primero que hice fue lanzar todo lo que estuviera a mi alcance; sillas, mesas, libros, carpetas, los cuerpos de los caídos, etc, etc. Por cada silla o mesa que lanzaba, de dos a tres compañeros caían. Con los más resistentes tuve que emplearme a fondo. Un cuello roto por aquí, una estrangulación por allá, una estocada con la pata de una silla..., todo era válido para acallar aquellas irritantes voces. Que lastima que la puerta tuviera el cierre roto y que para mantenerla cerrada tuvieron que echar la llave. Quizás hubiera sobrevivido alguno.
 Después de todo Trix tenía razón en algo, ya soy muy famoso y mi gesta se contara durante generaciones. O eso dice mi siquiatra.  

miércoles, 25 de agosto de 2010

Locura


La noche se presentaba larga y muy lluviosa. Pero no importaba, era una noche perfecta para seguir escribiendo micro relatos de terror para el instituto. Me puse a escribir como cada noche, pero no me sentía tranquilo. Cada vez que miraba para el pasillo me parecía ver a alguien. Era como si en las sombras se escondiera algún ser, quieto, observándome y desapareciendo cuando encendía la luz. Va, será de tanto escribir relatos o de los cuatro whiskys que llevo encima.
Al otro día por la tarde me dispuse  a asistir a clase. Llegué al instituto y como siempre todos estaban pendientes de que nueva historia de terror se me había ocurrido. El profesor se puso a leer la nueva historia enfrascándose en cada una de las frases. Lo observaba atentamente cuando una voz a mi espalda me llamó. Cuál fue mi sorpresa, que al girarme para ver quien había sido, vi a uno de mis personajes de terror. Me frote los ojos con fuerza, pensando que había sido una alucinación, pero al volverlos abrir descubrí que todo el aula se había convertido en personajes de los cuentos de terror que había escrito. No podía ser real, seguramente sería alguna pesadilla. Me pellizque con fuerza, peso solo me hice bastante daño. Las criaturas seguían en el mismo lugar. Todas se levantaron de sus asientos, mirándome fijamente, con cara de querer hacerme algo. De un pingo me puse de pie. Salí como una flecha hacia el pasillo y rompiendo un cristal saque de su interior un hacha de bombero. Litros de sudor frio recorrían todo mi cuerpo y una sensación de pavor me atravesaba el corazón. Fui hacía la clase, hacha en mano, y al grito de todos quietos entre de un salto. Las criaturas hicieron caso omiso de mi advertencia, cada vez se acercaban más a mí. Como un leñador, me puse a cortar cabezas a diestro y siniestro. La sangre que emanaba de los cuerpos era de todos los colores, los gritos sobre humanos y por cada uno que moría una extraña puntuación aparecía en la pizarra.
-          Bien, cien mil puntos, todos muertos. Yo gano. Soy el único que podía salvar el mundo de estas deformes y malvadas criaturas. Por esta gran gesta recibiré un gran premio.
No fue así. Llevo ya quince años en un hospital siquiátrico, con las paredes acolchadas, camisa de fuerza y sin poder escribir. Parece ser que mi gran imaginación no encontró barrera alguna que la contuviese y mezclando ficción y realidad mate a todos los alumnos del instituto.
-          ¿Que tal Toni? ¿Cómo te encuentras hoy?
-          Mejor que nunca, doctor.
-          Eso está bien. Vamos a probar una nueva terapia. Ya que llevas tanto sin tener alucinaciones y tu comportamiento es excelente te quitaremos la camisa de fuerza, te daremos una habitación y podrás escribir. ¡Qué te parece!, así podrás plasmar tus experiencias.
-          Genial doctor, me parece una muy buena idea. Ardo en deseos de volver a escribir…  

La muerte desde el cielo

Nos encontrábamos en el instituto dando la última clase, cuando un gran golpe nos sobresaltó a todos. Rápidamente fuimos al patio a comprobar de donde procedía aquel monumental estruendo. Cuál fue nuestra sorpresa al descubrir que el ruido lo había producido un meteorito, que impactó contra la cafetería. La dejó toda destrozada. Por suerte, a esas horas nadie se encontraba dentro. Procedimos a inspeccionar el lugar. Aquel meteorito se encontraba al rojo vivo y despedía un extraño olor a almizcle. Todos olimos ese extraño olor. Poco después llegó mucha gente con trajes blancos y acordonaron la zona. Horas después, todo quedó igual y el meteorito desapareció del lugar.
Al día siguiente me levanté con un hambre voraz, como si pudiera comerme un caballo. Nada me satisfacía, es más, cada bocado de comida me producía arcadas. El hambre era casi insoportable, el estómago me daba calambres y mi aspecto no era mucho mejor. El sol hacía que me quemasen los ojos, mi piel se encontraba pálida y mi cuerpo había perdido peso exageradamente, casi unos treinta kilos desde ayer.
Tuve que esperar que se hiciera de noche para poder salir a clase. Agotado, endeble y con un hambre atroz, me arrastré hasta mi pupitre. Pude comprobar que todos mis compañeros manifestaban los mismos síntomas. Parecía una película de Romero. Al llegar, el profesor nos pidió que le contásemos lo que ayer había sucedido. Se maldijo por no haber estado, ya que a él le gustaba mucho la astrología, y entre maldiciones y blasfemias empezó su clase. Me costaba horrores poder prestarle atención por el hambre. Miré alrededor y todos nos encontrábamos en la misma tesitura. Mientras intentaba no desfallecer oí como el profesor exclamaba un taco. De pronto percibí el olor más dulce y delicioso que en mi vida había conocido. Esa fragancia tan intensa, tenía que ser por lo menos ambrosía, el autentico néctar de los dioses. Toda la clase olió ese perfume tan delicioso. Incluso recuperé parte de mis energías perdidas.
- Perdonad un momento, chicos, me he cortado y voy a la sala de profesores a curarme.- exclamó el profesor.
Al pasar por mi lado noté que ese olor procedía de su herida. Como un animal salvaje, me abalancé sobre él, hincándole los dientes en el cuello. Su sangre fluía por mi boca como un río de miel. A cada gota que le robaba, yo me sentía mejor y una nueva fuerza emergía de mi interior. No podía parar pese a los gritos y alaridos del profesor. Los demás también le saltaron encima mordiéndole por donde podían. Una vez lo dejamos seco y con el hambre algo más calmado, nos pusimos a hablar sobre el tema. Todos sabíamos que el hambre desaparecería con la sangre. Que durante el día no habíamos podido salir de casa a causa del sol y que nuestra fuerza aumentaba con cada sorbo. Todo tenía ya sentido. Somos vampiros.

martes, 24 de agosto de 2010

El Principio del Fin


Después de todo, de tanto luchar para conseguir una vida mejor, se acaba toda esperanza. Todo empezó con un descubrimiento que haría cambiar la historia tal y como la conociamos, la extinción de los dinosaurios. En nuestro pueblo, ese lugar donde nunca ocurría nada, se descubrió en una cueva una habitación hecha de lava sólida, una especie de burbuja que dejo atrapado a un dinosaurio en perfecto estado de conservación, tanto que los huesos no se habían petrificado, como normalmente se encuentran. Que equivocados estábamos en buscar las respuestas sin considerar el peligro que eso acarreo y sin tomar algún tipo de precaución. Esos paleontólogos abrieron aquella cámara sin saber que algo tan antiguo como los propios huesos, estaba esperando ser despertado de un letargo milenario. Un virus, algo tan pequeño y a su vez tan poderoso que hizo que una especie entera se extinguiera. Todo el mundo estaba pendiente en suscasas absortos del gran descubrimiento y fuimos testigos directos del principio del fin de la vida tal y como la conocemos. Al principio creímos que el paleontólogo que primero entro se había desmayado por la emoción, al igual que sus compañeros que se jactaron entre risas y comentarios. No podíamos estar más equivocados, en unos pocos segundos se incorporo, pero ya no era un ser humano. Su cara estaba desencajada y de sus labios brotaba sangre, atacando a sus compañeros que gritaban y al caer al suelo volvían a levantarse en las mismas condiciones. No nos lo podíamos creer, hombres o lo que parecían ser, se estaban devorando ante la televisión en todo el mundo. No se tardo en extender por todo el mundo. Los primeros casos afectaban a los del grupo sanguíneo A+, casi un tercio de la población mundial. Luego a cualquier persona que mordieran y sobreviviera estaba condenado a ser como ellos.
Algunos supervivientes nos refugiemos en nuestro instituto, el cual estaba vallado y las habitaciones eran de metal. Muchos de los compañeros que estudiaban con migo tuvieron la misma idea, dejando atrás a nuestros seres queridos. Yo mismo tuve que dejar atrás a mi familia, ya que yo era el único que no era A+, pero no puedo soportar el dolor que siente mi corazón y mi alma. Por eso dejo escrito esto a modo de que si alguien sobrevive a esto sepa por que voy a  hacer lo que voy a hacer. Lo tengo previsto, esta noche cuando todos duerman abriré las puertas y dejare entrar a los cientos de zombies que esperan fuera para darse un festín con nosotros. Se que lo que voy a ser es inhumano, pero ya no nos queda comida, ni agua y no podemos salir, ya que el instituto esta situado en un descampado y lo que resultaba ser nuestro refugio contra esos seres, se a convertido en nuestra tumba. La anarquía se esta apoderando de nosotros y pronto empezaran con el canibalismo. Quien encuentre este relato, que sepa perdonarme por lo que voy a hacer.
  DIOS, CUANTO HECHO DE MENOS A MI MUJER Y A MIS NIÑOS. LOS VEO A TRAVES
DE LA REJA LLAMANDOME. 
TRANQUILOS HIJOS MIOS, PRONTO ESTARE CON VOSOTROS.

Álter Ego

Qué bien, por fin es carnaval y en el instituto decidimos ir a clase disfrazados. A los profesores, al vernos, les hizo ilusión comprobar el buen humor de los alumnos, su compañerismo, y qué diablos, un toque jocoso para pasar una tarde amena.
El disfraz de moda fue el de mujer. La amalgama de colores en los disfraces y en la originalidad de los mismos no tenía nada que envidiar a cualquier carnaval del mundo. Gnomos y duendes hacían migas con roqueros, bailarinas, princesas, heavys, algunos militares y varios ejecutivos.
- Bien, esto lo podíais haber avisado y los profesores hubiéramos venido también disfrazados.- dijo nuestro profesor de historia, mientras nos escrutaba minuciosamente para intentar reconocernos bajo aquella fachada de pinturas y máscaras.
- De acuerdo, ya que estáis todos disfrazados os contaré una leyenda celta sobre un dios de los disfraces; su nombre era Fáber. Según cuenta la leyenda, este dios era mitad humano y mitad divinidad. En cierta ocasión se disfrazó de guerrero para poder comer en los barracones; otra vez se disfrazó de mercader para poder viajar a bordo de un barco que se dirigía a otro continente, algunas veces de estatua para poder entrar en los palacios y de mujer para entrar en los harenes. Pero cuando se sentía mejor era cuando se disfrazaba de arlequín para hacer reír a niños y mayores. Su padre era el dios de la oscuridad; no pudiendo soportar ver como utilizaba sus poderes en necedades y trivialidades, lo condenó a ser un ser deforme y monstruoso, para que así, sólo pudiera estar en compañía de otros bajo un disfraz. Eso le destrozó, pero no más que el rechazo que produjo en la gente, antes afables y benévolos con él, y ahora repudiado y odiado por todos.
Fue perseguido y condenado a morir por su aspecto en la hoguera. Según cuentan los historiadores, mientras lo tenían preso en un calabozo improvisado en una cueva, dejó escrito con su propia sangre unas palabras en la pared: que mi padre me perdone, pues mi mitad humana me corrompió, pero en la muerte seré un ser completo. Además dejó escrito algo que hasta la fecha no ha podido ser traducido: Ordanun Tranfusion Corpe Idanun Miterun Mortum Especterum Teron Envidan.
Acto seguido nos envolvió una especie de neblina mística, y al disiparse nos dimos cuenta de que nuestros disfraces formaban parte de nosotros, como si esas últimas palabras nos hubieran condenado a ser nuestro personaje. Maldita sea mi suerte, siento como un instinto animal se apodera de mi humanidad y unas ansias de sangre obnubilan mi mente. No lo puedo controlar y sé que voy a cometer una escabechina con mis compañeros. Tuve que venir de hombre lobo.

lunes, 23 de agosto de 2010

Crisalida


Todos estábamos esperando que nuestro compañero volviera. Tuvo que ausentarse debido a una operación de ligamentos. Siempre se quejaba de la rodilla a consecuencia de su vida en futbolística.
-          Hombre, por fin as vuelto al instituto. Que como te va.
-          Bien, la operación fue todo un éxito, me aplicaron un nuevo sistema experimental basado en introducirme un gel que me esta regenerando los ligamentos perdidos.
-          Eso esta bien, por aquí te echábamos mucho de menos.
-          Y yo a vosotros.
Pasaron los días, pero el no parecía el mismo. Ya no era tan afable y jovial como antes. Algo en el estaba cambiando. No hablaba con nosotros, parecía ausente y su masa muscular se estaba incrementando bastante. Algo le estaba sucediendo y yo quise saber lo que le ocurría.
-          ¿Va todo bien?
-          Si, porque.
-          Te noto absorto, como si estuvieras en otro mundo.
-          Déjame en paz y no te metas en lo que no te importa.
Lo comente con los demás, y concidíamos en que algo le pasaba.
Una tarde, ya a ultima hora, nos pidió que nos esperásemos, que nos quería decir algo.
-          Bueno, de que querías hablar.
-          Lo siento mucho, pero os necesito a todos.
Comenzó a desquebrajarse como si fuera un trapo hecho jirones y de su interior salió una nueva forma.
Asustados corrimos hacía la puerta, pero este la había cerrado a cal y canto. Se dirigió hacia nosotros como un animal furioso, atrapándonos en una especie de líquido viscoso, pegajoso y con un fuerte olor a amoniaco, tanto que nos hizo perder el conocimiento. Al despertar me vi atrapado y comprobé que los demás también, mientras lo que era mi compañero se alimentaba de uno de nosotros. Le salía una especie de tubo de la boca, (o de donde solía estar), introduciéndolo através de la caja torácica de su victima, inyectándole un liquido blanquecino y volviéndolo a absorber, dejando el cuerpo literalmente seco. No razona, no puedo comunicarme con el, ya no quedaba nada de aquel amigo con el que tan buenos ratos pasábamos. Se dirige hacia mí y no puedo hacer nada. Solo me queda la esperanza de que se atragante con migo hasta que reviente. 

VOLVIENDO A LA TIERRA.


      
Otra tarde más en el instituto. Qué pereza da ahora que ya es primavera y el buen tiempo incita a estar al aire libre. Fuera se podía escuchar a los pájaros cantando y un delicioso olor a flores recorría todo el lugar. Por nuestra ubicación se podía percibir el olor de los cerezos, almendros, naranjos y demás árboles frutales de una huerta cercana. El sol estaba dando sus últimos coletazos antes de dejar pasar a la luna.
-          Bien, como hoy no ha podido venir Alfonso tenéis libre la última clase.
Estupendo, así aprovechare para dar un agradable paseo antes de ir a trabajar.
-          La puerta está cerrada.
Grito uno de mis compañeros.
-          Imposible, esa puerta no tiene cerradura.
Le respondió el profesor.
Intentamos abrirla pero era imposible, algo la sujetaba por el exterior. De pronto empezaron a cubrirse las ventanas de una especie de maleza. En cuestión de segundos todo el habitáculo se encontraba cubierto de ramas y hojas.
-          Qué podemos hacer, no hay salida, estamos encerrados en la clase.
-          No os preocupéis, intentare salir por la ventana, cortando la maleza con uno de los cristales.
Pero no lo consiguió, cuando se dispuso a podar aquella rama, otras más pequeñas le envolvieron, arrastrándolo hacía el exterior. Las ramas empezaron a entrar en el aula atrapando a todo el que encontraba a su paso. Nos envolvían como una araña envuelve a su presa, sin saber el por qué. Fue mi turno, nada pude hacer. Me encontraba a merced de esa planta, solo y en la más absoluta oscuridad. Allí, metido en mi ataúd y sabiendo que si nadie me salvaba, acabaría siendo fertilizante para plantas. Nadie me salvo y  la planta pudo alimentarse de mí. Ahora formo parte de ella. Fue la venganza de la naturaleza contra los seres humanos, que harta de sufrir, reclamó para sí lo que en tiempo atrás fue su reino.