lunes, 10 de octubre de 2011

Una de Zombis

  Aquello nos heló la sangre por completo. Un rugido tan estridente y tan desgarrador casi hace que Sebastian se atragantara.
-¡La hostia puta! Perdón pequeña por mi lenguaje. ¡Qué carajo es eso!- grité.
-Juaaa, juaaa. Viene de la calle.- me contestó Sebastian, mientras que trataba de no ahogarse.
-Quédate ahí, pequeña, que voy a ver.-
Sin pensármelo dos veces(pues de haberlo hecho no me hubiera acercado a la puerta), y con los nervios a flor de piel, me dirigí hacia la ventana de la puerta.  Al llegar, pude ver una criatura descomunal y deforme en medio de la calle. Aquella bestia, se estaba zampando lo que parecía ser un ser humano. Sus ojos brillaban con la luz del fuego y de su boca chorreaba una mezcla de sangre y vísceras. Aquella imagen me revolvió el estomago.
-¡Que cojones sería eso!- pensé para mi mismo.
Era como si cogieras un caballo y le inyectaras esteroides a lo bestia. Era tremendamente musculoso. Su cabeza era deforme. Me recordaba algo a las fauces de un cocodrilo. Su color era negro como la noche. Pero lo más desagradable era las pústulas de su piel. Estaban podridas y resuman tés de un líquido viscoso y amarillento. La sola idea de imaginarme de cómo podía oler toda aquella criatura…puhaaaaaaaaag.
Durante unos minutos me quedé mirándola, estudiándola e intentando descubrir a era o que había sido.
-¿Qué es lo que hay ahí fuera, Gabriel?- me preguntó Sebastian, con ya mejor color de cara.
-Shuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu. No hagas ruido. Y por lo que más quieras, que la niña no se acerque.-
La bestia dejó de masticar y despedazar el cuerpo en el mismo momento en que Sebastian me preguntaba.
-Gracias al cielo, no va con nosotros.- le dije en voz baja a Sebastian.
Un grupo de zombis se le acercaban por detrás. Aquellos podridos intentaban atacar a la criatura.
-Joder que bien. Con un poco de suerte, la mataran. Prefiero mil veces pelear con un zombi que con miss Olimpia versión equina.- pensé.
Sin poder apartar la mirada, pues eso iba a ser un combate muy interesante, pude ver como otro par de muertos se le acercaban esta vez por delante. Incluso llegué a imaginarme que sonaba la campana. Aquellos caminantes, se le abalanzaron todos a una. Era como si lo hubieran planeado de ante mano. Ni corta ni perezosa, la bestia remetió contra el primero dándole con las patas delanteras y rompiéndole la cabeza como si fuera un huevo. Zas, cayó fulminado. Mientras los otros le saltaron en cima intentándola morder. Un par de sacudidas, y todos por los suelos. Mientras que los de atrás se levantaban(hay que ver que agilidad para estar muertos tenían), le criatura destrozaba de un mordisco a otro. Era increíble ver la fuerza que tenía esa bestia en la boca. Masticaba el cráneo, como si de un chicle se tratara. Uno de ellos consiguió subirse a su grupa, y con sus manos, consiguió abrirse paso entre las llagas de su piel hasta la columna. Aquello hizo que me diera una arcada, pues del caballo brotó una considerable sangre negruzca. El “animal” cayó al suelo, aplastando al improvisado jinete. Debía de pesar una tonelada, pues el zombi quedó totalmente hecho trozos. Una vez en el suelo, y sin poder levantarse, la bestia solamente podía tirar bocados al aire en un vano intento de matar al último de los podridos. Este sin arrimarse a la boca, muy tranquilamente empezó a devorar viva a la bestia. El pobre caballo(pobre en el sentido metafórico de la palabra), chillaba como un descosido. Poco a poco fueron llegando más zombis, mientras que los gritos del animal se silenciaban saliendo por lo alto las dentelladas y desgarros que los podridos le propinaban a la bestia.

viernes, 26 de agosto de 2011

Una de Zombis

  -Alto o disparo.- nos dijo la niña con cara de pocos amigos.
-¿Pero qué haces, pequeña?- le pregunté.
-Mi papa me dijo que alguien vendría a por mí, y que me diría una palabra secreta, y si no, que le disparara.-
-Escúchame, nadie te va a hacer daño. Tu papa nos ha mandado a rescatarte, pero se le ha olvidado decirnos cual es la contraseña.-
-¡Mentirosos!-
Durante unos minutos, intenté tranquilizar a la pequeña diciéndole cualquier cosa que la tranquilizara, mientras que Sebastian, intentaba rodearla.
-Mira Verónica,  no queremos hacerte daño, de verdad. Tienes que confiar en nosotros. Sólo queremos que bajes el arma para poder hablar. ¿Qué te parece?-
-¡BANG!-
Aquél disparo retumbó por toda la comisaría. Por suerte la pequeña no tenía buena puntería y fuerza, pues aquello la sentó de culo.
-Dame eso antes de que te hagas daño.- le dijo Sebastian, quitándole la pistola de las manos.
-¿Estás bien, Verónica?- le pregunté mientras que la levantaba del suelo.
-Quiero ver a mi papa. Por favor, no me hagáis daño.-nos dijo entre lágrimas.
No sabía cómo explicarle a una niña tan pequeña que su padre se encontraba a bajo con la cabeza reventada.
-Mira, Verónica. Tu papa nos pidió que cuidáramos de ti. Seguramente se le olvidó decirnos la contraseña con las prisas, pero nos dijo que te quería mucho y que te protegiéramos de todo.- le dije con un nudo en la garganta.
-¿Pero dónde está? Quiero verlo, por favor Gabriel.-
Tic, tac. Pasaban los segundos y no sabía que contestar.
-Tú sabes que al ser tu padre policía, tiene que ayudar a la gente. Y eso es lo que está haciendo ahora mismo, ayudar. Pero nos dijo que en el momento que pueda, nos buscaría.-
-¿De verdad?-
-De verdad.-
No quería mentir a esa niña, pero no se me ocurrió otra cosa en ese momento.
-Gabriel, mira. Aquí dentro hay varias armas, algunas latas de comida, una radio y un par de walkie talkie.-
-Genial- le contesté.
-Esas cosas son de mi padre. Me dijo que me servirían a mí y a quien viniera.-
-Tu padre es un hombre listo. Ahora bien, Verónica. ¿Sabes lo que está pasando?- le pregunté con la esperanza de saber algo.
-¿Te refieres a los hombres malos de ahí fuera?-
-Sí, a eso mismo.-
-No sé mucho. Mi papa me dijo que había algo en el aire que hacía que la gente se volviera loca. Que era un castigo que vino del cielo por nuestros pecados. Que…-
-Perdona que te interrumpa, ¿qué es lo que vino del cielo?-
-Hace un par de días las noticias hablaron de unos meteoritos que iban a caer en la tierra.-
- Si, yo también lo escuché por la radio.-me dijo Sebastian, mientras que devoraba lo que parecían unas salchichas.
-Sigue pequeña.-
-Pues eso, que unos meteoritos mandados por Dios, castigaban a la gente. Mi mama se puso mala cuando fue a ver uno que cayó muy cerca de aquí. Tanto que mordió a mi papa en el brazo y papa tuvo que hacerle daño. Luego salimos corriendo de la casa. La gente se estaban disparando por la calle y mi papa me trajo aquí para estar seguros. Luego empezó a ponerse malo. Me encerró aquí y me dijo que permaneciera callada y que si alguien intentara entrar, que le disparara. Que él había hablado con unas personas amigos suyos para que vinieran a por mí y que me dirían la contraseña “Miranda”, que era el nombre de mi madre. Y eso he hecho. Permanecer cayada y en silencio, tanto que me quedé dormida hasta que os escuché.-
- Pues no te preocupes, que con nosotros estarás a salvo. ¿A qué sí, Sebastian?
- Ñan, Ñan, pues claro.-
-Ves, no te preocupes más pues….-
-Arrrhhhhhhhhhghhhhhhhhhhhhhhraaaaaaaaaaaaaaaa…-

lunes, 18 de julio de 2011

Una de Zombis

-¡Sebastian, la puerta!- le grité, pues él estaba más cerca.
-¡Hola!, ¿hay alguien ahí?-se escucho una voz tras la puerta.
-¡Hola!, ¿Quién eres?- le preguntó Sebastian alzando la porra.
-Papa, ¿eres tú? Ya no quiero seguir jugando, sácame de aquí.-
 -Perdona pequeña pero yo no soy tú padre. Me puedes decir porque estás ahí dentro.-le dijo Sebastian.
-Quiero ver a mi papa, por favor señor, ¿puede decirle que venga?-
Aquello me parecía de lo más raro. Aquella voz sin duda era de una niña pequeña. No tendría más de 9 o 10 años.
-Sebastian, por favor. ¿Puedes mirar en los cajones a ver si encuentras la llave del candado?-
-Espera un poco. Tu mismo me has dicho que hay que comprobar las cosas antes de actuar. No sabemos porque está ahí encerrada.- me replicó Sebastian.
-Tienes razón. Pero cuando escucho la voz de un niño con ese susto en el tono…bueno, que no razono.-
Aunque la niña no paraba de llamar a su padre, no podíamos fiarnos de lo que pudiera haber detrás de esa puerta. Las cosas nunca son lo que parecen, y más cuando unos zombis parecen haberse adueñado del pueblo ( las imágenes que vi por la ventana no dejaban duda alguna).     
-Muchacha, ¿Cuál es tu nombre?-
-Mi papa me ha dicho siempre que no hable con extraños.-
-Muy buen consejo. Veras, yo me llamo Gabriel y mi amigo se llama Sebastian. Y seguro que conocemos a tu padre.-
-Yo me llamo Verónica Spencer. Y mi papa es el jefe de policía. ¿Podéis buscarlo, por favor?-
Un nudo se me cogió en la garganta. Seguramente su padre sería el pobre infeliz que se encontraba abajo con los sesos desparramados por el piso.
-¿Por qué estás ahí encerrada, Verónica?- le preguntó Sebastian.
-No estoy encerrada. Estoy jugando con mi papa, pero lleva mucho tiempo sin decirme nada y ya me he cansado de este juego. Por favor, ¿podéis decirle que ya no quiero jugar más?-
Sebastian y yo, nos miramos sin saber que hacer o decirle. Aquello nos sobrepasaba. No me importaba darle malas noticias a un adulto, pero a una niña pequeña…
-Una pregunta, pequeña. ¿A qué estabais jugando tu padre y tú?- le pregunté.
- Mi papa me dijo que cuando me dejara de hablar, que tenía que permanecer en silencio y no hacer ningún ruido. Escuchara lo que escuchara. Que pronto llegarían unas personas y que me fuera con ellas. Que él luego se reuniría con migo. Pero ya ha pasado mucho rato y ya no quiero jugar más.-
-Tranquila pequeña. Nosotros somos esas personas de las que tu padre te habló. No te preocupes, que pronto te sacaremos de ahí. Sebastian, ayúdame a buscar las llaves.-
-Yo tengo una pequeña llave que me dio mi padre.-nos dijo Verónica.
-Pásamela.-
La pequeña echó por el suelo una llave pequeña de color cobrizo. Muy típica de candado.
-Es esta. Muy bien pequeña, ahora ya puedes salir.- le  dije, mientras retiraba las cadenas.
Al abrir la puerta, la pequeña nos estaba apuntando con una pistola…

viernes, 1 de julio de 2011

Una de Zombis

Aunque todo se quedo en silencio de repente, pude ubicar aquel ruido como a unos tres metros desde mi posición.
-Sebastian, prepárate. Yo saldré primero y al más mínimo indicio de peligro, salimos echando leches para abajo, ¿te ha quedado claro? –
-Si.-
-Pues vamos.-
Aguanté la respiración. Tragué un poco de saliva, y silla en mano, me lancé en busca de…bueno, de lo que hubiera.
-¡Pero qué coño es esto! Dios, la verdad es que no me lo esperaba.-
Aquello me dejó traumatizado. Allí se encontraba, detrás de una mesa, la mitad carcomida de lo que parecía un pastor alemán. Seguramente, el tipo de abajo se estuvo dando un festín con el animal. Era una lástima ver  como intentaba arrastrarse con sólo las dos patas delanteras hacia mí. Aunque seguramente no podría hacerme daño, pues le faltaba la mandíbula de abajo.
-Pobre animal. Aunque esto es nuevo, no suelen verse muchas películas con animales zombis. ¡Sebastian! ¿Has visto esto?-
Me giré, y pude ver al pobre más blanco que antes. Se encontraba paralizado ante aquella dantesca imagen.
-Estoy salvado contigo, macho. Parece que te ha dado un aire.-
-Perdona, pero es que ese es mi perro.- me dijo, con los ojos  enrojecidos.
-No, perdóname tú. A veces suelo ser algo gilipollas.-
No esperaba esa contestación. Me sentí mal por mi amigo, pues yo también había tenido perro y sabía lo que se llega a querer a estos animales.
-Sabes que no podemos dejarlo así. Lo mejor será que revises las puertas y yo me encargo de tu amigo.- le dije, mientras que el canido seguían su lento camino hacía a mí.
-No, yo lo haré.-
No le dije nada. Asentí con la cabeza, y rápidamente, me dirigí hacía las puertas para comprobarlas.
Debía de encontrarme en algún pueblo pequeño, pues la comisaría solamente constaba de dos plantas. En la parte de arriba se podía ver una mesa, un ordenador, un armario cerrado y un par de bancos de madera cerca de la entrada. Había dos puertas, una a la derecha desde mi posición, la cual se encontraba cerrada con unas grandes cadenas, y otra más grande que esta.
Me dirigí hacia la más grande. Era la que daba a la calle. Pude comprobarlo al mirar por el cristal ensangrentado de la puerta. Parecía una zona de guerra. Coches en llamas. Sangre por toda la acera, y algo que se movía entre las sombras de la calle. No pude ver bien, pues era noche cerrada y el fuego del coche estaba apunto de consumirse. Seguramente, la comisaría tendrá algún tipo de generador, pues teníamos luz. Cosa que en la calle faltaba. Me aparté, pues no quise llamar la atención. Y al girarme, vi como mi compañero golpeaba sin para la cabeza de su amigo con la porra.
-¿Estás bien, compañero?-
-¡De puta madre!, ¡tú qué crees!-me dijo, mientras se enjugaba las lágrimas.
-Sabes que es lo mejor. Eso ya no era tu perro.-
-Lo sé muy bien.-
De repente, la puerta que se encontraba encadenada, se entre abrió…

martes, 21 de junio de 2011

Una de Zombis

Como alma que lleva el diablo, me apresuré a abrir la celda de mi compañero. Fuera lo que fuese ese ruido, y aun no sabiendo las intenciones de esa persona, mejor acompañado que solo.
-Venga, ya estas libre. Ahora ven con migo a comprobar ese ruido.-
-¡Muchísimas gracias! Llegué a pensar que moriría aquí. Y por mí tranquilo, estoy aquí por saltarme un stop. Bueno, por eso, y por dar positivo.-
- Ya me quedo más tranquilo.- le dije.
Mientras intentábamos buscar algo más que el simple cuchillo de caza.
Mi compañero se acercó al poli muerto y le quitó la porra. Yo en cambio, seguí rebuscando cerca del armario de las armas, por si alguna pistola estuviera por allí escondida. Nada de nada.
-¡Esto es una mierda! ¡Nos encontramos en una comisaria, y no hay ninguna arma por aquí!- exclamé.
Los ruidos de arriba se hacían cada vez más audibles. Era como si estuvieran rastreando algo por el piso.
-Mira Sebastian. La curiosidad me puede, y quedarnos aquí en esta ratonera, no meda buen royo. Así que yo cogeré esa silla e iré primero. Y tú con la porra en la mano, detrás de mí preparado para atacar. ¿Te ha quedado claro el plan?- le pregunté.
- Ok.
-Pues vamos para arriba.-
Aunque sentía como los huevos se abrían paso hacia la garganta, sabía que lo mejor era subir y comprobar aquello.
-Si las cosas se ponen muy feas, bajamos corriendo y nos volvemos a meter en las celdas, ¿vale?- le dije.
Escalón a escalón, fuimos subiendo aquella angosta escalera. El corazón me palpitaba a mil por hora.  Un sudor frio me recorría la espalda, y para colmo, otra vez ese olor ha podrido. Aunque un poco diferente al de mi amigo de abajo. Mi compañero estaba más blanco que la pared, y su respiración, casi podía sentirla en mi cogote.
Cuando quedaban dos escalones para subir, paré un poco e intenté agudizar el oído para poder ubicar ese ruido en la habitación. No conocía la planta de arriba y quería saber si estaba más o menos cerca de la puerta.
-¡Qué pasa!- me dijo Sebastian.
- Caya coño, que no oigo.-
Pasados unos segundos, aquel ruido cesó de repente…