lunes, 18 de julio de 2011

Una de Zombis

-¡Sebastian, la puerta!- le grité, pues él estaba más cerca.
-¡Hola!, ¿hay alguien ahí?-se escucho una voz tras la puerta.
-¡Hola!, ¿Quién eres?- le preguntó Sebastian alzando la porra.
-Papa, ¿eres tú? Ya no quiero seguir jugando, sácame de aquí.-
 -Perdona pequeña pero yo no soy tú padre. Me puedes decir porque estás ahí dentro.-le dijo Sebastian.
-Quiero ver a mi papa, por favor señor, ¿puede decirle que venga?-
Aquello me parecía de lo más raro. Aquella voz sin duda era de una niña pequeña. No tendría más de 9 o 10 años.
-Sebastian, por favor. ¿Puedes mirar en los cajones a ver si encuentras la llave del candado?-
-Espera un poco. Tu mismo me has dicho que hay que comprobar las cosas antes de actuar. No sabemos porque está ahí encerrada.- me replicó Sebastian.
-Tienes razón. Pero cuando escucho la voz de un niño con ese susto en el tono…bueno, que no razono.-
Aunque la niña no paraba de llamar a su padre, no podíamos fiarnos de lo que pudiera haber detrás de esa puerta. Las cosas nunca son lo que parecen, y más cuando unos zombis parecen haberse adueñado del pueblo ( las imágenes que vi por la ventana no dejaban duda alguna).     
-Muchacha, ¿Cuál es tu nombre?-
-Mi papa me ha dicho siempre que no hable con extraños.-
-Muy buen consejo. Veras, yo me llamo Gabriel y mi amigo se llama Sebastian. Y seguro que conocemos a tu padre.-
-Yo me llamo Verónica Spencer. Y mi papa es el jefe de policía. ¿Podéis buscarlo, por favor?-
Un nudo se me cogió en la garganta. Seguramente su padre sería el pobre infeliz que se encontraba abajo con los sesos desparramados por el piso.
-¿Por qué estás ahí encerrada, Verónica?- le preguntó Sebastian.
-No estoy encerrada. Estoy jugando con mi papa, pero lleva mucho tiempo sin decirme nada y ya me he cansado de este juego. Por favor, ¿podéis decirle que ya no quiero jugar más?-
Sebastian y yo, nos miramos sin saber que hacer o decirle. Aquello nos sobrepasaba. No me importaba darle malas noticias a un adulto, pero a una niña pequeña…
-Una pregunta, pequeña. ¿A qué estabais jugando tu padre y tú?- le pregunté.
- Mi papa me dijo que cuando me dejara de hablar, que tenía que permanecer en silencio y no hacer ningún ruido. Escuchara lo que escuchara. Que pronto llegarían unas personas y que me fuera con ellas. Que él luego se reuniría con migo. Pero ya ha pasado mucho rato y ya no quiero jugar más.-
-Tranquila pequeña. Nosotros somos esas personas de las que tu padre te habló. No te preocupes, que pronto te sacaremos de ahí. Sebastian, ayúdame a buscar las llaves.-
-Yo tengo una pequeña llave que me dio mi padre.-nos dijo Verónica.
-Pásamela.-
La pequeña echó por el suelo una llave pequeña de color cobrizo. Muy típica de candado.
-Es esta. Muy bien pequeña, ahora ya puedes salir.- le  dije, mientras retiraba las cadenas.
Al abrir la puerta, la pequeña nos estaba apuntando con una pistola…

viernes, 1 de julio de 2011

Una de Zombis

Aunque todo se quedo en silencio de repente, pude ubicar aquel ruido como a unos tres metros desde mi posición.
-Sebastian, prepárate. Yo saldré primero y al más mínimo indicio de peligro, salimos echando leches para abajo, ¿te ha quedado claro? –
-Si.-
-Pues vamos.-
Aguanté la respiración. Tragué un poco de saliva, y silla en mano, me lancé en busca de…bueno, de lo que hubiera.
-¡Pero qué coño es esto! Dios, la verdad es que no me lo esperaba.-
Aquello me dejó traumatizado. Allí se encontraba, detrás de una mesa, la mitad carcomida de lo que parecía un pastor alemán. Seguramente, el tipo de abajo se estuvo dando un festín con el animal. Era una lástima ver  como intentaba arrastrarse con sólo las dos patas delanteras hacia mí. Aunque seguramente no podría hacerme daño, pues le faltaba la mandíbula de abajo.
-Pobre animal. Aunque esto es nuevo, no suelen verse muchas películas con animales zombis. ¡Sebastian! ¿Has visto esto?-
Me giré, y pude ver al pobre más blanco que antes. Se encontraba paralizado ante aquella dantesca imagen.
-Estoy salvado contigo, macho. Parece que te ha dado un aire.-
-Perdona, pero es que ese es mi perro.- me dijo, con los ojos  enrojecidos.
-No, perdóname tú. A veces suelo ser algo gilipollas.-
No esperaba esa contestación. Me sentí mal por mi amigo, pues yo también había tenido perro y sabía lo que se llega a querer a estos animales.
-Sabes que no podemos dejarlo así. Lo mejor será que revises las puertas y yo me encargo de tu amigo.- le dije, mientras que el canido seguían su lento camino hacía a mí.
-No, yo lo haré.-
No le dije nada. Asentí con la cabeza, y rápidamente, me dirigí hacía las puertas para comprobarlas.
Debía de encontrarme en algún pueblo pequeño, pues la comisaría solamente constaba de dos plantas. En la parte de arriba se podía ver una mesa, un ordenador, un armario cerrado y un par de bancos de madera cerca de la entrada. Había dos puertas, una a la derecha desde mi posición, la cual se encontraba cerrada con unas grandes cadenas, y otra más grande que esta.
Me dirigí hacia la más grande. Era la que daba a la calle. Pude comprobarlo al mirar por el cristal ensangrentado de la puerta. Parecía una zona de guerra. Coches en llamas. Sangre por toda la acera, y algo que se movía entre las sombras de la calle. No pude ver bien, pues era noche cerrada y el fuego del coche estaba apunto de consumirse. Seguramente, la comisaría tendrá algún tipo de generador, pues teníamos luz. Cosa que en la calle faltaba. Me aparté, pues no quise llamar la atención. Y al girarme, vi como mi compañero golpeaba sin para la cabeza de su amigo con la porra.
-¿Estás bien, compañero?-
-¡De puta madre!, ¡tú qué crees!-me dijo, mientras se enjugaba las lágrimas.
-Sabes que es lo mejor. Eso ya no era tu perro.-
-Lo sé muy bien.-
De repente, la puerta que se encontraba encadenada, se entre abrió…