viernes, 26 de agosto de 2011

Una de Zombis

  -Alto o disparo.- nos dijo la niña con cara de pocos amigos.
-¿Pero qué haces, pequeña?- le pregunté.
-Mi papa me dijo que alguien vendría a por mí, y que me diría una palabra secreta, y si no, que le disparara.-
-Escúchame, nadie te va a hacer daño. Tu papa nos ha mandado a rescatarte, pero se le ha olvidado decirnos cual es la contraseña.-
-¡Mentirosos!-
Durante unos minutos, intenté tranquilizar a la pequeña diciéndole cualquier cosa que la tranquilizara, mientras que Sebastian, intentaba rodearla.
-Mira Verónica,  no queremos hacerte daño, de verdad. Tienes que confiar en nosotros. Sólo queremos que bajes el arma para poder hablar. ¿Qué te parece?-
-¡BANG!-
Aquél disparo retumbó por toda la comisaría. Por suerte la pequeña no tenía buena puntería y fuerza, pues aquello la sentó de culo.
-Dame eso antes de que te hagas daño.- le dijo Sebastian, quitándole la pistola de las manos.
-¿Estás bien, Verónica?- le pregunté mientras que la levantaba del suelo.
-Quiero ver a mi papa. Por favor, no me hagáis daño.-nos dijo entre lágrimas.
No sabía cómo explicarle a una niña tan pequeña que su padre se encontraba a bajo con la cabeza reventada.
-Mira, Verónica. Tu papa nos pidió que cuidáramos de ti. Seguramente se le olvidó decirnos la contraseña con las prisas, pero nos dijo que te quería mucho y que te protegiéramos de todo.- le dije con un nudo en la garganta.
-¿Pero dónde está? Quiero verlo, por favor Gabriel.-
Tic, tac. Pasaban los segundos y no sabía que contestar.
-Tú sabes que al ser tu padre policía, tiene que ayudar a la gente. Y eso es lo que está haciendo ahora mismo, ayudar. Pero nos dijo que en el momento que pueda, nos buscaría.-
-¿De verdad?-
-De verdad.-
No quería mentir a esa niña, pero no se me ocurrió otra cosa en ese momento.
-Gabriel, mira. Aquí dentro hay varias armas, algunas latas de comida, una radio y un par de walkie talkie.-
-Genial- le contesté.
-Esas cosas son de mi padre. Me dijo que me servirían a mí y a quien viniera.-
-Tu padre es un hombre listo. Ahora bien, Verónica. ¿Sabes lo que está pasando?- le pregunté con la esperanza de saber algo.
-¿Te refieres a los hombres malos de ahí fuera?-
-Sí, a eso mismo.-
-No sé mucho. Mi papa me dijo que había algo en el aire que hacía que la gente se volviera loca. Que era un castigo que vino del cielo por nuestros pecados. Que…-
-Perdona que te interrumpa, ¿qué es lo que vino del cielo?-
-Hace un par de días las noticias hablaron de unos meteoritos que iban a caer en la tierra.-
- Si, yo también lo escuché por la radio.-me dijo Sebastian, mientras que devoraba lo que parecían unas salchichas.
-Sigue pequeña.-
-Pues eso, que unos meteoritos mandados por Dios, castigaban a la gente. Mi mama se puso mala cuando fue a ver uno que cayó muy cerca de aquí. Tanto que mordió a mi papa en el brazo y papa tuvo que hacerle daño. Luego salimos corriendo de la casa. La gente se estaban disparando por la calle y mi papa me trajo aquí para estar seguros. Luego empezó a ponerse malo. Me encerró aquí y me dijo que permaneciera callada y que si alguien intentara entrar, que le disparara. Que él había hablado con unas personas amigos suyos para que vinieran a por mí y que me dirían la contraseña “Miranda”, que era el nombre de mi madre. Y eso he hecho. Permanecer cayada y en silencio, tanto que me quedé dormida hasta que os escuché.-
- Pues no te preocupes, que con nosotros estarás a salvo. ¿A qué sí, Sebastian?
- Ñan, Ñan, pues claro.-
-Ves, no te preocupes más pues….-
-Arrrhhhhhhhhhghhhhhhhhhhhhhhraaaaaaaaaaaaaaaa…-