-¡Cómo me duele la cabeza!- exclamé.
Toda la habitación me daba vueltas, y no podía recordar lo que me había pasado.
-¿Dónde cojones estoy?- me pregunté, mientras intentaba poner orden en mis recuerdos.
Eché un rápido vistazo a mi alrededor. La habitación en la que me encontraba era de dos metros por dos metros. Tenía un wáter a mi izquierda, un camastro a mi derecha y en frente de mí, unos grandes barrotes.
-¡Pero si estoy en un calabozo!- grité.
- ¡No grites, o él volverá!- escuché una voz salir de la pared de al lado.
-¿Quién eres tú? ¿Y dónde estamos?- le pregunté, mientras me acercaba a la reja.
-¡Por dios, cállate de una puta vez! Me ha costado mucho trabajo que se fuera, y si oye ruidos, volverá.
Aunque la cabeza estaba apunto de estallarme, sé por experiencia, que si alguien te pide que te calles con miedo en la voz, es mejor hacer caso.
Mientras aclaraba mi cabeza, eché un vistazo a la habitación. Había una mesa llena de papeles y carpetas revueltos, con un ordenador destrozado. Un poco más adelante se podía ver unas escaleras que, seguramente, conducirían al piso de arriba. El armario de las armas se encontraba a la derecha, abierto. Podía ver desde mi posición muchos cartuchos y balas des perdigonadas por el suelo, pero ningún arma. Pero lo que más me preocupó fueron unas manchas rojas oscuras, casi negras, que se encontraban por todo el suelo.
Poco a poco fui recordando. El dolor de cabeza fue dando paso a imágenes, más o menos nítidas, y pasado unos minutos, recordé donde estaba y por qué.
Resulta que la noche de antes me encontraba tomando unas copas con los amigos, lo normal de un viernes, ocho o nueve cacharros. De pronto vi como un impresentable se metía con una chica del bar. No suelo meterme en peleas, pero esa mujer lo valía. Me levanté y fui dispuesto a partirle la cara a ese baboso. Le pregunté a la muchacha que si le estaba molestando, y al contestarme que si, le pedí amablemente al imbécil que la dejara en paz. Haciendo caso omiso a mi propuesta, en un alarde de buenos modales, le cogí por detrás y lo lancé por lo alto de la barra, dando a parar sobre las bebidas.
-¿Está bien, señorita?- le pregunté, esbozando mi mejor sonrisa.
- Gracias, ya no sabía cómo quitármelo de encima. Me llamo María, ¿y tú?
-Pues me llamo…-no pude acabar la frase. Un botellazo impacto en mi cabeza. Debía ser de de whisky por el olor que salía de mi pelo, y whisky del malo por lo que veo.
Los demás recuerdos son algo más confusos. Sólo puedo ver imágenes fugases de sillas volando, de mis amigos contra todo el bar, del “pesado” chorreando sangre por la cara y dando recuerdos a mi madre. Lo último que recuerdo es que llegaron los pitufos y me esposaron.
-¡Mierda! No tengo el teléfono de esa chica.
-¡Hurrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr!
-¿Pero quién coño grita así?
-¡Va a volver! ¡Será mejor que te metas debajo de la cama y no hagas ruido!-gritó mi compañero de “piso”
Después de ver tantas y tantas películas de terror, sé que cuando escuchas un grito así, y alguien dice que hay que esconderse, uno se esconde y pregunta luego.
Rápidamente me metí debajo de la cama. Cayado y casi sin respirar, pude ver como unas botas negras bajaban por las escaleras. Un olor a descomposición embargó toda la habitación de repente. Casi vomito. Cuando esas botas estuvieron cerca de mis barrotes, oí unos gruñidos, como si un animal estuviera olfateando el lugar. Acto seguido unos chorreones se escurrían por las botas de lo que parecía ser sangre y babas. El olor se hizo todavía más insoportable. Los ojos me lloraban y las arcadas eran cada vez más fuertes. No sé lo que podría aguantar en esa situación, pero no más de cinco minutos sin echar las papas…